(portada alternativa)
Habiendo formado parte de uno de los dúos mas reverenciados por mi persona (y la de muchos otros) de finales de la década de los 90 y la primera década de los 2000 (The White Stripes), siendo partícipe de dos de los proyectos rockeros más interesantes de los últimos años (The Dead Weather y The Raconteurs) y habiendo colaborado con artistas tan dispares como incontables de todos los calados (A Tribe Called Quest, Beyoncé, Alicia Keys), la figura artística de Jack White puede considerarse prácticamente como imprescindible dentro de la actualidad rock de las últimos 25 años y, por supuesto, ineludible a la hora de nombrar las personalidades musicales más importantes, notorias, influyentes y referenciales de la música americana del nuevo nuevo milenio. Por todo ello y, sobretodo, por los tres fantabulosos discos en solitario que ha facturado en los últimos 6 años, poder verlo finalmente sobre las tablas de un escenario, evento imperdible que calará el primer día del Festival Cruïlla que se celebra en Julio en el recinto del Fòrum de Barcelona, va a convertirse en un momento sumamente especial para mí.
Con dos discos de estudio a sus espaldas facturados bajo su nombre artístico (Blunderbuss, 2012 y Lazaretto, 2014) John Anthony White vuelve a meterse en el estudio, esta vez han sido tres repartidos entre Los Angeles, Nueva York y Nashville, para facturar el disco más inclasificable y bizarro de toda su carrera. Gestado en un pequeño apartamento de Tenesse en el que White grabó todas las maquetas de las canciones en una grabadora reel-to-reel (magnetófono o magnetófono de bobina abierta) que adquirió cuando tenía 14 años, Boarding House Reach está plagado de sorpresas, matices y variaciones estilísticas de alto nivel y cierta complejidad haciendo de él una obra multidimensional, elástica y alucinógena a partes iguales con la que hay que estar dispuesto tanto a obviar las ideas preconcebidas que podamos tener sobre lo que nos deberíamos encontrar en un disco de Jack White como a sacudirse todos y cada uno de los complejos musicales que podamos tener antes de pegarle una escucha, dato a tener muy en cuenta.
Forjado sobre la clásica base de rock y blues añejo a la que nos tiene bien acostumbrados White en casi todas sus personificaciones musicales y explotada febrilmente en su faceta en solitario, el música natural de Detroit se arma de valor para producir el disco, co-mezclarlo y tocar en él la guitarra, la batería, los teclados y los sintetizadores (ahí es nada) y en el que han colaborado varios músicos de estudio para darle forma a esta obra de orfebrería musicales de dimensiones casi cósmicas. Volcando su versatilidad estilística en cada uno de los temas convirtiendo algunos de ellos en descomunales collages musicales de alto nivel, el disco navega por el soul, el gospel, el funk, el jazz, el country, la experimentación electrónica, el spoken-word o incluso el rap sin sonar forzado en ninguna de sus vertientes y poniendo como testigo único e hilo conductor del disco su variado registro vocal (prácticamente todos los temas tienen efectos en las voces). Una maravilla de órdago a la grande.
Curioso ver incluido al fin uno de los temas de White que más flirteos y novias ha tenido desde su primer esbozo en 2005 cuando Over And Over An Over iba a convertirse en un tema de los White Stripes para más tarde sonar como una posible colaboración con Jay Z o incluso oír campanas de su grabación en sus días junto a The Raconteurs. Me alegro mucho de que al final haya salido a la luz, lo merecía, y que haya sido precisamente en uno de sus discos en solitario.
Puntuación 9
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