Habiéndola visto con anterioridad en un par de ocasiones, he de decir que la Rosenvinge no estaba en su mejor momento. Defendiendo a capa y espada las composicones de su nuevo disco, algún acople que otro, la poca sonoridad de su voz y un sonido algo distorsionado, sin desmerecer la entrega y las ganas, nos dejaron un concierto que, sin superar los 40 minutos de duración, tuvo su punto álgido cerrando con el single que abre su último disco. Nada para el recuerdo. Corriendo para casa a cenar y a prepararse para Orchestral Manoeuvres in the Dark.
Para otra banda que no fuese O.M.D., quemar tu buque insignia nada más abrir el concierto, salieron a escena con los primeros acordes del Enola Gay, es prácticamente un suicidio, pero hay que admitir que los de Andy McCluskey tienen un repertorio inagotable de hits ochenteros para acabar destrozando al personal con los contagiosos y enérgicos bailes de un McCluskey en la cresta de la ola durante todo el concierto. Una auténtica lección de electrónica pop bailable, apoyada en dos teclados a cuatro manos, la que nos dieron estos veteranos de armas tomar, la mayoría de ellos rozando los 60. Incomparables, únicos y, posiblemente, irrepetibles por estos lares.
Pero no sería la única lección que se impartiría esa noche. Una vez finalizada la traca de hits de O.M.D., pillo la moto y directo a la sala Barts donde a las 00.15 empezaba el concierto del debutante Benjamin Booker, otra de esas rascadas monumentales del cartel de este año previa recomendación de mi hermana Aina. Guitarra en ristre y acompañado de bajo y batería, el señor Booker toma sitio en el escenario de la sala, bastante llena todo hay que decirlo, para descargar su visceral y crudo blues al más puro estilo rock n'roll, sin olvidarse de sus convulsos bailoteos. Pues bien, ya sea por la juventud de la banda o bien por las raíces rebeldes del mismo blues, una música que nace de la opresión del fuerte contra el debil, su potente descarga de watios y contundente actitud fueron llevando a un público totalmente entregado a una conexión con el artista absolutamente impresionante y envidiable. Tanto es así que el tercio más cercano al escenario se convirtió en un descontrolado, aunque inofensivo, pogo con el que Benjamin disfrutaba de los lindo hasta incluso llegar a sacar a una persona del público para que hiciera stage-diving sobre la gente y pasara toda la sala en volandas para regresar de nuevo al escenario mientras él tocaba uno de sus epilépticos temas de su inmejorable debut.
A partir de aquí, lo que pretendía ser una fiesta en toda regla con el blues y el rock n' roll por bandera, se convertía en una pesadilla para la seguridad de la sala y en una lucha constante por parte del público y el señor Booker contra ellos para pasarlo bien sin tener que ser maltratados por los enormes gorilas de la sala Barts. En el momento en el que Pablo, la persona del público que Booker hizo volar por encima de nuestras cabezas, llegó a la mitad de la sala, dos gorilas lo bajan de encima de la gente de muy malas maneras y, mientras Booker está tocando su tema, los empieza a recriminar sin contemplaciones y viendo que no le hacen ni puto caso empieza a corear el nombre de Pablo, a lo que la sala al completo se le une, y baja del escenario para volver a poner sobre la gente a Pablo y llevarlo de nuevo hasta las tablas. Finalizado el tema, Booker se queja enérgicamente de la violencia de los gorilas y le increpa a la sala que sino le gusta que la gente se lo pase bien en un concierto que no lo organice.
En el siguiente tema la cosa se calienta, el ambiente está que arde y Booker incita a la gente a saltar y pasárselo bien sin importar lo que digan los seguratas mientras se sigue quejando de que ve demasiada seguridad y que quiere que se vayan todos a tomar por culo de ahí, literalmente. La sala empieza a llenarse cada vez más de seguridad y finalmente un cordón de gorilas se posiciona delante del escenario para evitar que la gente se lo siga pasando bien aplicando la contundencia y la violencia física a cualquiera que se propasara de lo que ellos consideraban un comportamiento normal. Con un cabreo monumental, Booker comienza a tocar el último tema de la noche, una actuación que se alargó de más estoy seguro por las ganas del propio Booker de tocarle los cojones a la sala, la cosa empieza a desmadrarse de verdad cuando Booker comienza a incitar a los asistentes a invadir el escenario y bailar con él sobre las tablas. Es entonces cuando los seguratas empiezan a comportarse como militares en estado de sitio y Booker como un mesiánico salvador y líder indiscutible de la masa entregada sin contemplaciones a las consignas antiopresivas de su ídolo de ébano. Booker incluso llega a encararse con ellos y a empujar violentamente a más de uno fuera del escenario con su guitarra. Una noche para los anales, había que estar ahí, y yo estube. Uno de los mejores conciertos que he vivido jamás, sin duda alguna. Hoy repetimos con Booker en el Fòrum, fijo que vuelve a comentar algo sobre lo de anoche.
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