Hoy ha sido un día de mierda, uno de esos días con los que hubiera dado con todo al traste por razones que no vienen al caso, uno de esos días en los que el pesimismo y el mal rollo invaden mi cuerpo y alma por completo y nada de ese envidiable optimismo del que puedo presumir normalmente hace tan siquiera intento de aparecer. Pocas veces al año tengo que sufrir éste estado tan derrotista en el que todavía estoy sumido, soy un obcecado optimista por naturaleza, pero siempre que llego a tal estado solamente hay una cosa que me pueda calmar y hacerme volver a la tierra de la mejor manera posible, la música.
Tengo muchos discos que puedo utilizar como sedante y paliativo a mi cólera y mis lloros, pero ninguno me hace pasar por todas las fases de enfado-lloro-recuperación, con todo lo que ello conlleva, tan intensa y a la vez cómodamente como es capaz de hacerlo este revitalizante August And Everything After. No me considero un fan de los Counting Crows para nada, me caen bien, pero aún habiéndolos seguido desde sus principios considero qué nunca han podido, ni tan siquiera, acercarse a una milla de distancia de la calidad y sensibilidad mostrada en su debut de 1993, y eso siempre es un problema.
Un disco que me marcó a fuego a los 15 años y qué desde entonces me ha acompañado en los momentos más difíciles, más felices y más tristes de mi vida como si de un inseparable compañero se tratara, siempre dispuesto a estar ahí cuando lo necesitas. Sé que suena raro pero es así como funciona mi relación con este disco, es como un amigo para mi. Dotado de las dosis justas de melancolía, felicidad, tristeza, oscuridad, luminosidad y vitalidad todas sus emociones son como enormes agujas que atraviesan las mías mezclándose y ayudándolas a diluirse dentro del torrente musical al que me entrego en cuerpo y alma cada vez que escucho temas como Round Here, Perfect Blue Buildings o Sullivan Street. Espero recuperarme para mañana pero la cosa no pinta bien...
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