No hay manera, es imposible, ni a propósito, lo de estos creciditos chicos de California no tiene límite, y mira que lo suyo es cambiar de chaqueta en cada nueva aventura musical en la que se ven involucrados, pero lo que está claro es que no son capaces de hacer un disco malo ni queriendo. Por supuesto que luego entran los gustos personales de cada uno y valorar si la nueva dirección tomada por los Thrice convence más o menos según nuestro criterio pero lo que es indudable es que lo suyo es de un nivel estratoférico, su séptimo disco de estudio y siguen sorprendiendo como el primer día, o incluso más.
Después de un disco simple y directo como Beggars, cargado de unas melodías irresistibles y con un corazón que se dividía entre su pasión por el rock de altos vuelos y una asombrosa accesibilidad pop, para la ocasión han querido oscurecer un punto tanto su sonido como la elaboración de los temas resultando en un disco mucho más áspero y difícil al que etiquetas como post-hardcore o post-grunge se le quedan pequeñas pero ciertamente nos ayudan a hacernos una idea de lo que nos vamos a encontrar aquí.
Ensuciando y embruteciendo su sonido y su ejecución considerablemente asusta el nivel de distorsión que envuelve a los temas creando una opresiva atmósfera que invade el disco prácticamente en su totalidad demostrando que dónde más cómodos se encuentran en ese amplio y más que dominado espacio de claroscuros, aquí ganan por mayoría los oscuros, inavadidos por grandes dosis de melancolía y pasión. Veremos hasta dónde llega esto de aquí a final de año pero a este paso promete ocupar posiciones de excepción.
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