Kendrick Lamar, nacido y criado en Compton, componente del emergente colectivo Black Hippy, elevado a la categoría de intocable con su anterior Section.80, del que ya dimos buena cuenta de sus lindezas aquí, y un auténtico paladín del rap inteligente de carácter callejero, acaba de entregarnos el que, probablemetne, acabe siendo el mejor disco de rap americano del año, con permiso de mis queridísimos Snowgoons por supuesto, que aunque no sean americanos, su disco se puede considerar prácticamente como tal.
Sobradamente demostradas sus habilidades al micro, y a las rimas, con su anterior disco, Kendrick ha querido hacer un autoretrato de su infancia y su adolescencia a través de un disco que rezuma pasión, verdad y, sobretodo, rap por los cuatro costados. Variable y cambiante en tonos, estilos y velocidades como pocos, y capaz de afrontar el micro incluso con diferentes personalidades, este jóven maestro del hip-hop ha sido capaz de darle una vuelta de tuerca a su sonido, a sus maneras, y, por qué no decirlo, incluso al rap.
Con una obra que resalta por un empaque en los ritmos que te dejaré exhausto y unas rimas que pocos serían capaces de seguir, a ver quien es el guapo capaz de competir con su flow, su estilazo y su coordinación vocal, Lamar nos enseña una foto familiar en la que es el propio Kendrick y su familia quienes aparcen en la portada dejando entrever el sentido y la familiaridad de este disco en el que el de Compton ha querido exorcizar todos sus demonios de juventud para plasmar su disco más sincero, completo y complejo hasta la fecha.
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