Otra de mis musas musicales ineludibles es la inglesa Polly Jean Harvey a la que son ya muchos años que tengo en un pedestal y por muchas más que vayan saliendo ella sigue imponente siempre en un lugar de excepción al que a día de hoy ninguna otra puede optar. Sus trabajos son siempre dignos de resaltar sea cual sea la nueva dirección en la que haya decidido encaminar su música en su nueva aventura ya que hay muy pocos artistas que puedan reinterpretarse en cada disco sin perder la esencia ni la personalidad y eso es algo que nunca que se le podrá achacar a la escuálida inglesa.
Su capacidad innata para absorber y reciclar diversas influencias musicales y reconvertirlas a través de su propio filtro y su notoria habilidad para impregnarlo todo con ese halo de misterio y sensualidad es siempre motivo de espectación cada vez que saca disco por la curiosidad que genera hacia dónde habrá tirado la de Yeovil. Y como no podía ser de otra manera la Harvey lo ha vuelto a hacer, ha parido otra genialidad de disco contándose el octavo de su larga lista de impecables obras en la que acompañada de sus colaboradores habituales ha cogido los bártulos y se ha trasladado a una iglesia del siglo XIX en Dorset, al sur de Inglaterra, para dar vida al disco más luminoso y vitalista de su carrera.
Aires eclesiásticos se contagian de las divinas melodías de la Harvey que juega a mezclar la simpleza del folk positivista y alegre con el carácter contestatario de unas letras que inciden directamente en la difiícil situación en la que está sumergida el país. Resulta soprendente que el disco más agradable de la Harvey sea también el más crítico y realista con la situación que viven los ingleses. Su mejor disco desde el Stories From The City, Stories From The Sea al que estoy deseando echarle el guante para escucharlo como se merece, disco del año???, el tiempo lo dirá pero por ahora el puesto se lo tiene más que ganado.
enorme, no hay mas letras. me encanta y no paro de escucharlo
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